Gómez Giráldez
En todas partes hay una profunda preocupación por el medio ambiente, preocupación que no ha conducido solamente a protestas, sino que a menudo ha cambiado comportamientos. El reto es asegurar que dichos nuevos valores se reflejen más adecuadamente en los principios y actividades políticas y en las estructuras económicas.
También hay motivos para tener confianza: los pueblos desean cooperar para preparar un futuro más próspero, justo y seguro, se puede alcanzar una nueva era de desarrollo económico, basada en políticas que sostengan y amplíen los recursos de base de la Tierra, y el progreso que algunos han disfrutado durante el siglo pasado podrá ser experimentado por toda la humanidad en los años venideros. Pero para que eso suceda tendremos que comprender mejor los síntomas de las tensiones a que nos enfrentamos, identificar sus causas e imaginar nuevas maneras de administrar los recursos naturales, continuando el desarrollo humano.
Con frecuencia se ha considerado que la presión sobre el medio ambiente ha sido el resultado de una demanda cada vez mayor sobre escasos recursos y de la contaminación generada por los niveles de vida cada vez más altos de los relativamente opulentos. Pero la misma pobreza contamina el medio ambiente, creando tensiones de manera diferente. Los pobres, los hambrientos, destruyen con frecuencia su medio ambiente inmediato a fin de poder sobrevivir: talan los bosques; su ganado pasta con exceso las praderas; explotan demasiado las tierras marginales y en número creciente se apiñan en las ciudades congestionadas. El efecto acumulativo de estos cambios está tan extendido que ha convertido a la misma pobreza en una importante calamidad global.
Por otra parte, allí donde el crecimiento económico ha producido mejoras en los niveles de vida, algunas veces se ha conseguido de una forma que es perjudicial a más largo plazo. En el pasado gran parte de las mejoras se basaron en la utilización cada vez en mayor escala de materias primeas, energía, productos químicos, sintéticos, creando una contaminación que no se ha contabilizado suficientemente al calcular los costes de los procesos de producción. Estas tendencias han tenido efectos insospechados sobre el medio ambiente. De ahí que los desafíos al medio ambiente provengan tanto de la falta de desarrollo como de las consecuencias imprevistas de algunas formas de desarrollo económico.
Los admirables resultados de la celebrada Revolución Industrial empiezan a ponerse seriamente en tela de juicio, debido a que en su época no se tuvo en cuenta el medio ambiente. Se creía que el cielo es tan inmenso y claro que nada podría cambiar su color, nuestros ríos tan grandes y sus aguas tan caudalosas que ninguna actividad humana podría cambiar su calidad, y que había tal abundancia de árboles y de bosques naturales que nunca terminaríamos con ellos. Después de todo, volverán a crecer.
Hoy en día sabemos más. El ritmo alarmante a que se está despojando la superficie de la tierra, indica que muy pronto ya no tendremos árboles que talar para el desarrollo humano.
Empezamos a darnos cuenta, justo ahora, de que tenemos que buscar otra alternativa a nuestro comportamiento fijo de cargar a las futuras generaciones con nuestras creencias extraviadas de que entre la economía y el desarrollo no hay elección posible. A largo plazo, esta elección resulta ilusoria y tiene terribles consecuencias para la humanidad.
Para resolver con éxito los problemas globales necesitamos crear nuevos métodos de pensamiento, elaborar una nueva moral y una nueva escala de valores y, sin duda alguna, nuevas normas de comportamiento.
La humanidad está en el umbral de una nueva etapa de su desarrollo. No sólo se debe promover la expansión de su base material, científica y técnica, sino, lo que es todavía más importante, formar nuevos valores y aspiraciones humanísticas, ya que la sabiduría y el humanismo son las “verdades eternas” que constituyen el fundamento de la humanidad.
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